Teológicamente, no es correcto decir que Dios está enfrentando o está ante un dilema. A pesar de eso, el Señor enfrenta un enorme problema con Su llamado a la intercesión.
Cuando la intercesión es genuina, es la carga del Señor Jesús que es compartida por el Espíritu Santo con Sus intercesores. El Espíritu de Dios genera esa carga en el espíritu del creyente. La carga entonces se convierte en un trabajo espiritual arduo.
El apóstol Pablo utiliza esta expresión cuando escribe: “Mis hijitos, por quienes de nuevo siento los dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gl 4.19). La palabra griega es poderosa; son los propios “dolores de parto”.
Esto describe con exactitud la experiencia de la verdadera intercesión. Es una carga concebida por el Espíritu Santo, que crece dentro del creyente; y no es posible aliviar ese peso hasta que no sea plenamente ejecutado. Esto es costoso y doloroso, ¡pero su final es un nacimiento!
Es exactamente este el camino de la verdadera intercesión. Comienza con el Espíritu de Dios generando la carga en nosotros, prosigue con los dolores de parto y termina con una nueva vida.
Con mucha frecuencia, es con dificultad que este tipo de intercesión intensa y persistente puede expresarse en palabras. Es como un iceberg: el noventa por ciento de él no es visible, está por debajo de la superficie.
Las palabras que se utilizan audiblemente expresan el menor porcentaje de la carga. Por esta razón, el apóstol escribe: “… el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. Y aquel que examina los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu; y es él quien, según Dios, intercede por los santos” (Rm 8.26b-27 – Reina-Valera). Esta forma de intercesión es tan profunda que incluso los gemidos no asumen expresión audible.
Se requiere un mínimo de madurez antes de que alguien pueda sentir este tipo de lucha, este “dolor de parto”. ¡Los bebés no pueden sentir esto, ni los niños! Un ser humano necesita alcanzar cierto nivel de madurez antes de poder sentir los “dolores de parto”. Esto es lo que he descrito como el dilema de Dios.
¡La Iglesia de Dios está llena de bebés! No hay nada más bonito que un bebé, pero cuando un ser humano llega a los treinta años, o cuarenta, o más, y todavía sigue siendo un niño, eso no es normal. La Iglesia está llena de cristianos que han nacido del Espíritu, pero nunca han crecido. No pueden ser soldados del Señor Jesucristo, ni pueden ser intercesores. ¡Todavía no son espiritualmente adultos!
Nunca antes en la historia ha habido una situación en la que la intercesión corporativa sea más necesaria y esencial que en la época presente. ¿Qué hará el Señor? Si los bebés crecieran en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús, todo estaría bien. Se convertirían en niños, de niños se convertirían en adolescentes espirituales, y de adolescentes se convertirían en adultos.
La madurez comienza cuando nos movemos de una vida centrada en nosotros mismos a una vida centrada en Cristo. Cuando esto sucede, ya no importa lo que “nosotros obtenemos” para nosotros mismos, sino lo que “Él obtiene” en nosotros. Ya no es “mi alegría”, sino “Su alegría”; ya no es “mi satisfacción”, sino “Su satisfacción”; ya no es “mi voluntad”, sino “Su voluntad”. Este es el inicio de la madurez espiritual.
Llamamos a esto “el dilema de Dios”. Como ya afirmamos, de cierta manera no es posible que el Todopoderoso se enfrente a algún dilema. ¿Qué, sin embargo, hará Él? ¿Dónde están los intercesores? ¿A quién puede llamar?
¿Dónde podemos encontrar las características de un conde Zinzendorf y de sus seguidores, que los llevaron a la intercesión? ¿Dónde podremos encontrar a un Juan Wesley, que a los 94 años continuaba viajando a caballo en el riguroso invierno británico, predicando cuatro veces al día?
¿Dónde encontraremos la figura de un Juan Knox, que, al interceder por la salvación de Escocia, estaba consumido de tal forma por la carga, que clamó al Señor: “¡Dame Escocia, o muero!”? ¡Y el Señor le dio Escocia!
¿Dónde encontraremos hoy ese mismo tipo de espíritu que dio vigor a incontables siervos de Dios a lo largo de la historia de la Iglesia? En su lugar, lo que tenemos es un tipo de cristianismo cómodo, complaciente y relajado; una Iglesia como Laodicea, una situación nada diferente de la que vemos descrita en Apocalipsis 3.
¡Ese es el dilema de Dios!
Lance Lambert, en “Casa de Oración”, vol. 3, publicado por Editora de Clásicos (en portugués).
One Comment
Es muy cierto necesitamos salir de nuestro acomodo para ser dirigidos por el Espíritu de Dios que reposa en nosotros