Gerson Lima ― diciembre 2023
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A lo largo de la Escritura, el Señor se revela como santo y advierte que nadie puede servirle de cualquier manera.
El mismo Señor que envió a Moisés a realizar una gran obra en Egipto quiso matarlo en el camino (Éx. 4) porque había sido negligente en el cumplimiento del principio de la circuncisión (Gén. 17). Para servirle, la carne independiente debe ser cortada y desechada. “El vaso escogido de Dios, que ha de cumplir los propósitos divinos en el mundo, no tiene valor alguno sin un espíritu absoluto de obediencia en todas las cosas”. – Russell Shedd.
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, ofrecieron fuego extraño al Señor – algo que él no había ordenado. Entonces salió fuego de la presencia del Señor y los consumió.
Entonces Moisés dijo a Aarón: “De esto hablaba el Señor cuando dijo: ‘En los que se acercan a mí manifestaré mi santidad, y ante todo el pueblo manifestaré mi gloria’. Y Aarón guardó silencio” (Lev. 10:3, NVI).
Nadab y Abiú habían sido capacitados para el sacerdocio. Sin embargo, el primer día en que fueron a servir, ellos pensaron que podrían cumplir su ministerio de manera más fácil.
Aunque la intención fuese buena, aquello fue iniquidad, obra de la carne; ellos murieron. Solo el fuego del altar, un tipo de la cruz, sería aceptado por Dios. Cualquier servicio a Dios hecho en la carne y con métodos humanos es fuego extraño y atraerá el juicio divino. El camino hacia la desaprobación divina está pavimentado de buenas intenciones.
“Pero Aarón permaneció en silencio”.
Así como Aarón, nosotros necesitamos practicar la disciplina del silencio reverente, acudiendo a los pies del Señor en oración para aprender Sus lecciones en cada circunstancia.
Después, Moisés dijo a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar: “…pero ustedes no vayan a salir de la Tienda de reunión, no sea que mueran, porque el aceite de la unción del Señor está sobre ustedes” (Lev. 10.7).
Aquellos que han sido ungidos para el ministerio necesitan vivir en Su presencia para que el enemigo no los enrede con los afanes de esta vida.
Pablo se vio impedido, tanto por el Espíritu (Hech. 16:6-7) como por Satanás (1 Tes. 2:18), de predicar el Evangelio en algunos lugares. Sin embargo, bajo la unción del Espíritu, él vio más allá de lo aparente.
Él no militaba en la carne. No había iniquidad en su ministerio. Él dijo a sus acusadores que no era frívolo al no poder estar con ellos, que no era un hombre de dos palabras, como si hubiera dicho un «sí» descuidado, anulado por un «no» indiferente.
En Pablo siempre hubo un “sí” para a servir, pero no un “sí” en él mismo, en sus fuerzas naturales, sino en Jesús, quien lo capacitaba y lo guiaba según Su voluntad, mientras Su pueblo le ofrecía el camino adecuado. “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en Espíritu servimos a Dios […] no teniendo confianza en la carne” (Flp. 3:3).
En otras palabras, Dios poda toda rama que da fruto, para que produzca aún más fruto (Jn. 15:2). Él poda sobre todo las cosas buenas, los caminos que funcionaban en el pasado, las costumbres que él permitió, pero que ya no permite; cosas con las cuales nos hemos familiarizado y que, en consecuencia, hacemos de manera «automática», sin la dirección del Espíritu Santo.
La iniquidad en el ministerio es muy sutil, y notables siervos del Señor fracasan porque la ignoran. Satanás es un maestro en inducirnos a hacer la obra de Dios mediante el esfuerzo carnal, sin la unción del Espíritu.
Deberíamos considerar:
¿Por qué Dios disciplinó a Moisés y le impidió entrar en la tierra prometida?
¿Por qué Miriam, la hermana de Moisés, quedó leprosa al enfrentarse con él?
¿Por qué el Espíritu del Señor se retiró de Saúl y un espíritu maligno, enviado por el Señor, lo atormentaba?
¿Por qué murió Uza tratando de proteger el arca?
En resumen, se trata de la iniquidad en el ministerio, introduciendo la acción de la carne en la obra de Dios. El Dios de la gracia interviene con juicio cuando Su obra desciende del nivel celestial al terrenal, de la dirección del Espíritu al control humano.
La inteligencia y las habilidades humanas son esenciales para gestionar un buen negocio, pero ellas deben ser crucificadas en la obra de Dios. Cuando los líderes se parecen más a hombres de negocios que a profetas del Espíritu, la Iglesia se convierte en una extensión del mundo y deja de ser la comunidad del Espíritu.
La disciplina de Dios sobre sus siervos debería mantenernos de rodillas y en santo temor. Él mató a algunos y castigó a muchos para que la iniquidad en el ministerio no se multiplicara en las generaciones venideras.
Dios nos advierte que solo los servicios que provienen de una vida crucificada, bajo la unción del Espíritu, de acuerdo con Sus principios, pueden ser bendecidos por Él. Sólo los que viven una vida de crucifixión tendrán el poder del Espíritu para servirle adecuadamente.
“La Iglesia en este momento necesita hombres, el tipo correcto de hombres, hombres con audacia. El punto es que necesitamos un avivamiento, necesitamos un nuevo bautismo del Espíritu – y Dios sabe que necesitamos ambos; sin embargo, Dios no revivirá ratones; no llenará conejos con el Espíritu Santo”. – A.W. Tozer.
Busquemos la voluntad de Dios, cueste lo que cueste. El alma que vagabundea en Egipto no tendrá la unción del Espíritu para el ministerio celestial.
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