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La bendición de los buenos libros – Gerson Lima

Gerson Lima
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“Trae (…) los libros.” – Pablo (2Tm 4.13)

Uno de los mayores privilegios que el nuevo convertido debe conocer es la gracia de poder leer y estudiar las Escrituras, que son disciplinas espirituales que deberán acompañar a todo aquel que desea conocer a Dios y crecer en la vida espiritual. Fuimos dotados con facultades naturales para conocer a Dios y a Su Palabra, y como herramientas para el cultivo de la comprensión de las Escrituras, Dios proveyó libros maravillosos.

La lectura es, por tanto, un hábito santo que nos libera de la fútil vida de inercia. Como es por la renovación de la mente que somos transformados (Rm 12.2), la disciplina de la lectura espiritual librará al cristiano del atrofiamiento de las facultades, lo enriquecerá con cultura cristiana y promoverá su crecimiento espiritual.

Somos salvos para ser discípulos de Cristo, y solo es posible ingresar en Su escuela con renuncia de todo lo que no Le glorifica, con obediencia a Su Palabra y con el ejercicio de las disciplinas espirituales, pues el objetivo de ellas es transformar al cristiano en la imagen de Cristo. Y la disciplina de la lectura espiritual es, con la oración y la meditación, probablemente la más importante. ¿Por qué? Porque somos transformados en la medida que nuestra mente es renovada al leer y meditar en las cosas de lo alto. Y así como usamos un telescopio para ver las maravillas del universo estelar, Dios nos concedió los buenos libros para ver con los ojos de millares de Sus siervos las maravillas de Su Palabra.

Pablo, el apóstol de los libros

Cuando Pablo estaba preso por segunda vez en Roma, sabía que iba a morir. Él dijo a Timoteo que el tiempo de su partida había llegado y había completado su carrera. Ahora, más que nunca, él tenía que ocuparse en hacer las cosas más importantes. ¿Y cómo quiso él emplear los últimos días de su vida? ¿Qué priorizó él? Aunque supiese que moriría en breve, él dijo a su hijo Timoteo: “Trae (…) los libros, especialmente los pergaminos” (2Tim 4.13).

Pablo había dedicado toda su vida a bucear en las Escrituras y en los libros, y ahora, en la recta final, todavía emplearía sus últimos días así. Él prevalecía contra la hostilidad de Roma y las olas de ideologías paganas, manteniendo su mente renovada con el conocimiento de lo Santo a través de la lectura y de la contemplación. Aunque huérfano del calor personal de sus amigos, en la fría prisión de Roma, su alma era calentada por los relatos de la nube de testimonios en la galería de la fe en los textos sagrados y en los libros.

Las paredes sombrías de la prisión no impedían al viejo Pablo gozar de la riqueza de la biblioteca que traía dentro de sí. Así como él, muchos de los hombres que Dios utilizó, tenían una mente tan amplia como el universo, y esa es una de las bendiciones de aquellos que atesoran la herencia que Dios depositó en dos mil años de la historia de la Iglesia por medio de los libros.

¿Qué veía Pablo tan especial en los libros? ¿De dónde extrajo Pablo el relato de que “Janes y Jambres resistieron a Moisés” (2Tim 3.8)? ¿O cómo sabía él lo que algunos de los poetas atenienses decían (Hch 17.28)? ¿Cómo sabía él que un profeta de Creta había dicho que “Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, glotones perezosos” (Ti 1.12)? Ciertamente, de la misma forma que Judas al citar una profecía del libro de Enoc (Jd 1.14). Según los estudiosos, Pablo, además de versado en las Escrituras, leía y conocía todo lo que estaba relacionado con las civilizaciones del mundo antiguo y usaba ese conocimiento en la propagación y defensa del Evangelio.

“Trae (…) los libros.” Si preso y próximo a la muerte, él aún era el apóstol de los libros, ¿qué decir de nosotros que estamos libres y llenos de vida? ¿No deberíamos decir también “trae los libros”? Aunque lamentablemente existan aquellos que se oponen a la lectura de libros, los últimos dos mil años de la historia del pueblo de Dios nos muestran la bendición que es leer buenos libros.

Cinco motivos por los que debemos valorar y leer los buenos libros

En primer lugar, porque el Dios soberano gusta de libros, y eso ya sería lo suficiente para aprender a gustarnos también.

En segundo lugar, porque Dios quiso dejar un legado para ser transmitido de generación en generación, para que Sus hechos sean recordados y Su pueblo aprenda Sus caminos y evite cometer los mismos errores. Quien no aprende de la historia, está condenado a cometer sus mismos errores. Vemos esto en la primera ocasión que la palabra libro es mencionada en la Biblia. Dios mandó a Moisés escribir un libro: “Entonces el SEÑOR dijo a Moisés: Escribe esto en un libro como recordatorio, y di claramente a Josué que yo borraré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (Ex 17.14).

En tercer lugar, Dios eligió hombres para registrar Sus palabras en forma de libros para que fuesen leídos e interpretados. El Libro sagrado es una colección de sesenta y seis libros y permeado por otros libros que, a pesar de no haber sido incluidos en el canon de las Escrituras, forman parte del legado del pueblo de Dios. El Antiguo Testamento menciona, por lo menos, otros quince libros, como el Libro de las Batallas del Señor (Nm 21.14), el Libro del Justo (Jos 10.13), el Libro de la Historia de Natán (2Cr 9.29) y el Libro de la Historia de Salomón (1Re 11.41).

En cuarto lugar, porque en el libro de Apocalipsis (cap. 5), Juan revela que vio en la mano derecha de Aquel que estaba sentado en el trono, un libro en forma de rollo escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. ¿Y quién era digno de desatar los sellos y abrir el libro? ¡Nadie! Juan lloraba mucho porque “ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo” (v. 3). Hasta que uno de los ancianos le dijo: “No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (v. 5). ¿Hemos prestado atención en este texto del por qué Jesús murió y venció?: “para abrir el libro”.

Nuestro amigo Gino Iafrancesco afirmó en su magistral obra Aproximación al Apocalipsis: “En este libro [mencionado en el capítulo 5] está resumido el programa del Señor, están las líneas maestras de la manea como Dios realiza Su plan para establecer definitivamente Su reino”. Respetados estudiosos son unánimes en afirmar que este es el libro que contiene el pleno relato de lo que Dios, en Su soberana voluntad, determinó en cuanto al destino del mundo.

Dios escribió el libro de la Historia antes de ella acontecer. George Ladd, uno de los más respetados, resalta que Dios conoce, controla y dirige todas las cosas para una consumación final conforme escribió en el libro. Toda la Historia está en las manos de Dios. No importa la furia de Satanás o la agitación del mundo, la Historia siempre estará en las manos de Dios.1 El libro de la Historia está escrito por dentro y por fuera. Todo está trazado, escrito y determinado. Nada fue olvidado ni omitido. El futuro está en las manos de Dios.

Y, en quinto lugar, porque hay libros en el cielo: “y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap 20.12). Si estamos siguiendo al Hombre del Libro y yendo para Su reino, donde todo es realizado conforme los libros, mejor amar y habituarse con los libros ahora.

Christian Chen, un erudito piadoso, nos decía que como cristianos debemos aprender cómo estudiar la Biblia, pero también aprender cómo enriquecernos por medio de otros libros. Obviamente, jamás ningún libro sustituirá el Libro de los libros. Sabemos que David cayó terriblemente cuando estaba en el auge de su vida. A causa de lecciones como esa, Dios desea que el Libro pase de la primera generación a la segunda y de ésta para la tercera generación, y así sucesivamente, para que todos los hijos de Dios aprendan esas lecciones. Dios también desea que Sus hijos estudien otros libros. Entonces, en la primera generación, algunos hermanos estudiaron la Biblia, encontraron algunos métodos y descubrieron algunas leyes de interpretación. A partir de ahí, ellos escribieron libros en el segundo siglo, en el tercer siglo, hasta el presente siglo, por eso encontramos muchos y muchos libros.2

Hay un misterio en los libros

Hay un misterio en los libros, y por ellos son abiertas las ventanas de los cielos o del infierno. Cuando los de Éfeso creyeron en el Evangelio por la predicación de Pablo, aquellos que otrora habían practicado magia, trajeron sus libros de encantamientos y los quemaron públicamente. El valor de los libros totalizó cincuenta mil monedas de plata (Hch 19.19).

El enemigo sabe muy bien del misterio que hay en los libros, por eso mantuvo por largo tiempo el Libro sagrado fuera de las manos de los santos, hasta la Reforma, cuando, gracias a Dios, hizo accesible el Libro al pueblo simple e inspiró a hombres como Lutero y Calvino a escribir sus comentarios sobre él para ayudar a las personas a su comprensión.

¿Por qué crees que, en el periodo de las guerras, los libros y obras de arte eran quemados? ¿No fue eso lo que Hitler cometió contra los judíos y Mao Tsé Tung contra los cristianos en China? Cuando los libros de un pueblo son destruidos, con ellos se destruye su historia, su lengua, su legado, sus tradiciones y lo deja vulnerable para que las nuevas generaciones, desenraizadas, sean educadas por las nuevas ideologías. Es así como “las puertas del Hades” viene prevaleciendo donde la cultura del Reino, por medio de las Escrituras y de los buenos libros, ha sido descuidada y el secularismo ha prevalecido por medio de la educación anticristiana. Libros y música siempre precedieron la elevación o degradación de las sociedades y de la Iglesia.

Reconociendo la importancia de los buenos libros como herramientas para el estudio de las Escrituras, D. L. Moody dijo en cierta ocasión que, si todos los libros del mundo fuesen quemados, él querría quedarse con dos obras: la Biblia y las notas al Pentateuco, de Mackintosh.

La bendición de los buenos libros

Spurgeon leyó El Peregrino, el clásico de John Bunyan, a los seis años y después lo releyó cien veces (ese es un libro que los padres deberían leer con sus hijos). Spurgeon tenía una biblioteca con cerca de 12.000 libros. “Él fue autor de 135 libros, editor de más de veintiocho, y escribió innumerables panfletos, folletos y artículos”3. Sus exhortaciones en su obra Lecciones a mis alumnos4, preparando la nueva generación de ministros, son apropiadas para nosotros en este tiempo: “Si un hombre solamente puede adquirir unos pocos libros, mi consejo será: compre los mejores (…). Léalos completamente. Báñese en ellos hasta quedar saturado. Léalos y reléalos, mastíquelos y digiéralos. Haga que penetren a lo íntimo de su ser. Examine minuciosamente un buen libro varias veces, y haga anotaciones y análisis de él. El estudiante verá que su constitución mental es más influenciada por un libro completamente dominado que por veinte libros que solo leyó por alto (…)”.

C. S. Lewis – de ateo convencido a uno de los más amados e influyentes escritores cristianos – dijo: “Al leer buenos libros, me convertí en mil hombres sin dejar de ser yo mismo”. Él creía que un hombre que se contenta con ser solamente él mismo [sin leer la contribución de otros en los libros] y, por tanto, ser menos, vive en una prisión. Su libro Cómo cultivar el hábito de la lectura es una buena pista para quien desea bucear en la bendición de los buenos libros. En la obra La biblioteca de C. S. Lewis5, se encuentra una selección de autores que influenciaron su jornada espiritual.

Existen libros que nos marcarán y serán utilizados por el Espíritu Santo para moldear nuestra vida y equiparnos para cumplir nuestra vocación. En eso, no hay uniformidad ni método. Dios, que ama la riqueza de la diversidad, utilizará diferentes medios y contribuciones para cada uno de Sus hijos, aunque existan los libros-llave que, de alguna forma, son siempre utilizados por Él como herencia de la Iglesia, los clásicos cristianos, que son un legado que la generación actual necesita aprender a apreciar para mantener la antorcha del testimonio de Dios. Los hombres y mujeres más utilizados por Dios son lectores de buenos libros.

Mientras hay cristianos indisciplinados que no consiguen leer un libro siquiera, distraídos con los juguetes que Satanás ofrece, existen, en el otro extremo, aquellos que, también inspirados por el enemigo, tienen gula por la lectura desenfrenada de libros; son como hienas y buitres, que comen toda la carroña que se encuentran frente a ellos. Y personas superficiales leerán cualquier cosa recomendada por personas superficiales, sin discernir si “hay muerte en esa olla” (2Re 4.40).

Para los más jóvenes en la fe, recomiendo que comiencen a leer Cómo experimentar las profundidades de Jesucristo6, un clásico de la espiritualidad, de Madame Guyon. “La gran contribución de Madame Guyon para la literatura devocional es el estilo de escritura, que lleva al lector a buscar una experiencia viva de Jesucristo (…). Este libro tuvo enorme influencia: Watchman Nee hizo que fuese traducido al chino y lo ponía a disposición de todo nuevo convertido (…). François Fénelon, John Wesley y Hudson Taylor lo recomendaron a los cristianos de su época” (Richard Foster). En esta obra, que es excelente para los nuevos convertidos, Guyon nos enseña a orar leyendo las Escrituras.

Para los principiantes en el estudio de las Escrituras, la obra Llaves para el estudio de la Palabra, de A. T. Pierson, y Estudio panorámico de la Biblia, de Henrietta Mears, son excelentes y de fácil comprensión. El mayor ganador de almas del siglo XX, Billy Graham, recomendó el libro de Mears a todos y escribió su prefacio. Él dijo: “Este libro, Estudio panorámico de la Biblia, hará la lectura y el estudio de la Palabra de Dios interesante, motivador y útil. Lo recomiendo de todo corazón”.

En Trae los libros7, Christian Chen presenta una amplia lista de excelentes libros para quien desea profundizar en el estudio de las Escrituras. Y en Clásicos devocionales8, Richard Foster y James Bryan Smith recomiendan una selección de 52 lecturas de los principales autores devocionales sobre renovación espiritual. En esta obra encontraremos un tesoro inestimable, de Agustín de Hipona a G. K. Chesterton, y obtendremos consejo de cómo leer los buenos libros que nos aproximarán a Dios.

Richard Foster, un erudito piadoso, en su obra clásica La celebración de la disciplina, en pocas palabras hace un análisis del problema de nuestro tiempo: “La superficialidad es la maldición de nuestro tiempo. La doctrina de la satisfacción instantánea es el principal problema espiritual. La necesidad desesperada de hoy no es la de un número mayor de personas inteligentes ni de personas talentosas, sino de personas con profundidad”.

Los buenos libros son una bendición para ayudarnos a conocer las Escrituras y el legado de la Iglesia. No obstante, debemos guardarnos de la tentación de leer libros con la motivación equivocada, para apenas obtener conocimiento, y no el conocimiento de Dios. El conocimiento se vuelve una maldición cuando pasamos a tener más olor de libros que de oveja; cuando nos asemejamos más al orgulloso querubín caído que al humilde Cordero; cuando abandonamos la consagración en Getsemaní por el pináculo del templo.

No pierda su tiempo distrayéndose con libros rasos producidos en el atrio exterior del cristianismo superficial. Beba de la vida de profundidad encontrada en libros aprobados por el tiempo, escritos por hombres y mujeres que vivieron en el Castillo Interior9 de la vida en secreto con Dios.


[1] Apocalipsis, introducción y comentario. 1. ed. São Paulo: Ediciones Vida Nova, 1980.

2 Trae los libros, edición Kindle.

3 LAWSON,Steven. El foco evangélico de Charles Spurgeon. 1. ed. São Paulo: Fiel, 2012.

4 Primera edición, PES, 1982, vol. 2.

5 DAWSON, Anthony Palmer e BELL, James Stuart. 1. ed. São Paulo: Mundo Cristiano, 2006.

6 Segunda edición, Editora de los Clásicos, 2021.

7 Ediciones Tesoro Abierto, 2015.

8 Editora Vida, 2009.

9 Título del clásico de Teresa de Ávila.


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