Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
― 2 Tim. 3:16-17
Es común detenerse en algunos temas de la Escritura y evitar otros, así como es común dedicarnos más a algunos libros de la Biblia que a otros. Hay asuntos que nos atraen más según las circunstancias y el nivel de espiritualidad en que nos encontremos. Es común, sí, en parte, mientras estamos en la etapa de infancia espiritual en el camino hacia la madurez. A medida que crecemos en la fe, somos cada vez más disciplinados por el Espíritu Santo a dejar de lado nuestras preferencias para valorar su propósito supremo.
Mientras que nuestras preferencias suelen ser egoístas, naturales y momentáneas, la opción del Señor es desinte-resada, centrada en su propósito eterno en Cristo (Ef. 3:11).
Dios quiere que seamos salvos y lleguemos al pleno conocimiento de la verdad (1 Tim. 2:4). Por eso necesitamos avanzar por la senda de la madurez cristiana, siendo responsables de la verdad como un todo, para no perdernos, como niños zarandeados por los vientos de doctrinas, en la periferia de los detalles, desconectándolos de su foco central (Ef. 4.13-15).
No anule las Escrituras con asuntos de las Escrituras
Satanás es astuto para presentarnos puntos de las Escrituras separados de su pensamiento central. Él tentó a nuestro Señor en el desierto citando partes de la Palabra de Dios. La respuesta de Jesús fue enfática: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de TODA palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4:4, énfasis añadido).
Cualquier punto de la Escritura pierde su valor real cuando es separado de su lugar apropiado en el conjunto completo de las verdades que la componen.
«Al examinar cualquier enseñanza, es una regla sabia proceder de lo general a lo particular. Esta es la única manera de ‘no perder de vista el bosque por causa del árbol'» (Martyn Lloyd-Jones).
Las peores herejías y desviaciones doctrinales son fundadas en partes de la verdad que sacrifican la verdad.
En Juan 5:38-40, Jesús condena a los judíos que escudriñaban las Escrituras con una motivación equivocada. Ellos las investigaban porque pensaban que en ellas hallarían la vida eterna. Sin embargo, ellas no hablan de la vida eterna en sí, sino de Jesucristo. Al hallarle a él, encontramos la vida eterna.
Jesús se maravillaba al ver que, aunque las Escrituras daban testimonio de él, cuando ellos las estudiaban buscando la vida eterna, no querían venir a él para tener vida. Así, es evidente que ellos no buscaban la voluntad de Dios, sino satisfacer la suya propia.
En lugar de someterse a las ense-ñanzas de la Escritura, utilizaban partes aisladas para sostener opiniones humanas. De este modo, invalidaban la Palabra de Dios al enseñar doctrinas de hombres (Mat. 15:6).
Las verdades de la Escritura están entrelazadas teniendo a Cristo como propósito central que da sentido a todo. Cuando separamos algo de Él, esto deja de ser verdad, en el sentido exacto de la palabra, convir-tiéndose solo en una cáscara de verdad muerta, sin contenido.
Jesús advirtió que las Escrituras no pueden ser quebrantadas (Jn. 10:35). Lo hacemos favoreciendo puntos aislados o estableciendo interpretaciones particulares en detrimento de la propia interpretación que las Escrituras dan de sí mismas. Cuando nos aferramos a cuestiones aisladas, creamos conceptos y dogmas como verdades en perjuicio de la verdad.
El equilibrio entre los fundamentos y los temas generales
Es esencial reconocer que las propias Escrituras nos señalan una jerarquía de valores entre los asuntos fundamentales y los que no son fundamentales. En Mateo 23, corrigiendo a los escribas y fariseos, Jesús les dice que ellos eran guías ciegos, pues descuidaban lo que es mayor y primero (vv. 17, 19 y 26) y los preceptos más importantes de la Ley (v. 23), colando el mosquitos y tragando el camello (v. 24).
La dirección de las Escrituras (1 Cor. 3:9-11) nos enseña que debemos empezar por el fundamento (Cristo y su obra en la cruz), para pasar después a la edificación (los demás asuntos y prácticas).
En las cuestiones fundamentales, tenemos que profundizar y luchar por ellas (Judas 3 y 4). Sin embargo, se nos exhorta a no contender ni juzgarnos unos a otros sobre asuntos que no son fundamentales (Rom. 14).
Por lo tanto, cuando nos aferramos a asuntos no fundamentales, tomándolos como base para la salvación, la comunión o el ministerio, fácilmente perdemos el rumbo de la obra de Dios y comenzamos a edificar nuestra propia obra, condenando a los que piensan diferente a nosotros.
Una herejía no es una mentira en sí misma, sino una verdad aislada que genera grupos sectarios en detrimento de toda la verdad y de la unidad del Cuerpo de Cristo en su conjunto.
El escritor de la Carta a los Hebreos corrigió a sus lectores porque, dado el tiempo que llevaban en la fe, ellos ya deberían haber sido maestros. Debido a su descuido de los principios de la Escritura, la realidad era que ellos necesi-taban que alguien les enseñara de nuevo los rudimentos bási- cos de la doctrina de Cristo, para que entonces pudieran avanzar hacia la perfección (Heb. 5:11-14; 6:1-2).
Por desconocer la coherencia de las Escrituras, o bien intentamos avanzar ignorando los fundamentos, o no avanzamos por quedarnos dando vueltas y vueltas en ellos.
El equilibrio consiste en profundizar en los fundamentos para avanzar en una edificación equilibrada que pueda resistir las tormentas de las tribulaciones y los vientos de doctrinas.
La clave para entender las Escrituras
En el camino a Emaús, después de su resurrección, Jesús utilizó las Escrituras para revelarse a dos discípulos que estaban confundidos sobre la crucifixión.
«Entonces él les dijo: ¡Oh insen-satos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
“¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?
“Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían (…)
“Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?» (Lucas 24:25-27,32).
Más tarde, Jesús se apareció a los demás discípulos en Jerusalén para mostrarles que había resucitado de entre los muertos. Ante su asombro, les dijo:
«Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras.
Entonces se les abrió el entendimiento, para que comprendieran las Escrituras» (Lucas 24:44-45).
El entendimiento de ellos fue abierto después de ver, mediante la exposición de las Escrituras, que la esencia de la Ley, los Profetas y los Salmos era revelar a Cristo y su obra.
Qué cosa tan gloriosa: ¡la Palabra encarnada revelando el secreto para comprender la Palabra escrita! El sentido de la Palabra escrita es revelarlo a Él. Por tanto, acudir a ella para encontrarlo es la clave para comprenderla. Exponer la Palabra para ministrar a Cristo enciende el corazón de los oyentes y abre su entendimiento para conocerle. Necesitamos creer que el Espíritu Santo actúa cuando buscamos a Cristo en las Escrituras. Acudir a Cristo, sometiendo nuestro corazón al Espíritu para conocerle, es el secreto para entrar en los tesoros ocultos tras las letras.
Cuando quitamos los ojos de Cristo, imponemos nuestro «yo», y nuestras opiniones se convierten en punto de referencia cuando acudimos a las Escrituras. Buscamos en ellas la confirmación de lo que ya hemos concluido. Cuando nos situamos por encima de ellas y no por debajo, el Espíritu de la Palabra se ausenta y, en lugar de luz, tenemos tinieblas.
La revelación de la Palabra es progresiva
Otra clave para comprender las Escrituras es entender que la revelación de la Palabra es progresiva. El pensamiento de las Escrituras se ha ido ampliando a lo largo de la historia a través de la relación de Dios con sus hijos.
En el Génesis, tenemos la semilla; en los profetas, su cultivo; en los evangelios, su fruto, que es Cristo; en las epístolas, la multiplicación del fruto en la Iglesia; y en el Apocalipsis, la cosecha.
De este modo, es sumamente necesario que quien estudia la Palabra no avance desordenadamente por sus temas, sino que busque dejarse llevar por ella a medida que la propia revelación va abriendo nuevas facetas.
Así como una flor se abre de capullo en capullo hasta florecer plenamente, así es la revelación de la Palabra: luz tras luz, hasta que vemos plenamente la culminación del misterio de Dios en Cristo. No podemos saltarnos etapas.
El desafío de nuestro tiempo
¿Por qué el misticismo, el liberalismo y el pragmatismo han arrastrado a multitudes del pueblo de Dios lejos de la esencia de la Escritura? Porque, sutilmente, al buscar obsesivamente el crecimiento de la Iglesia y el bienestar del hombre, se han adoptado métodos que anulan las Escrituras, proyectando un estilo de liderazgo autoritario cuyas enseñanzas están por encima de ellas. De este modo, se atrae a las multitudes mientras se expulsa a Cristo.
Cuando perdemos de vista su propósito eterno, restringimos la esfera de la obra de Dios a nuestro momento presente y nos aislamos en nuestro pequeño círculo de acción.
Cuando la Iglesia pierde su identidad en las Escrituras, se convierte en un fin en sí misma. Deja de ser testimonio del Señor y se convierte en un movimi-ento humano.
Todo ministerio y movimiento que se centra en el bienestar del hombre saca a Cristo de escena al anular las Escrituras.
En este tiempo del fin, nuestro desafío es volvernos a la predicación pura de las Escrituras, demostrando la voluntad de Dios en Cristo. Todos los problemas del pueblo de Dios se derivan de nuestro alejamiento de Dios, de su propósito en Cristo y de su Palabra en su conjunto.
Contemplando a Cristo a través de la revelación de la Palabra, somos transformados, de gloria en gloria, en su propia imagen (2 Cor. 3.14-18). Solo así se rasgará el velo de la religiosidad y llegaremos a contemplar su gloria y a cooperar, de verdad, con sus objetivos en la tierra.
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Escrito en Monte Mor, SP, el 22/12/2007.